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El Mundo Escénico al revés

Arantxa IURRE

Cuando las personas que participamos dentro del hecho escénico, en este caso concreto el teatro, cumplimos con nuestro papel, incluido el público que es parte imprescindible; la sociedad está más sana. No olvidemos que el teatro nació en Grecia con una función catártica y purificadora. Los agentes principales que intervienen en el teatro son: los dramaturgos/as, directores/as, técnicos/as, actores/actrices, programadores/as, críticos y público. Se escribe una obra, la dirección la pone en pie con los actores, actrices y técnicos y luego el programador de los pueblos y ciudades la contrata para que se represente ante el público.

Al escribir estas líneas parece que estoy relatando algo obvio, que no tiene el menor misterio, pero en verdad lo descrito no se cumple porque el mundo escénico funciona al revés y no al derecho desde hace por lo menos 25 años en el País Vasco (no creo que se diferencie mucho de otras partes del Estado) y los papeles que representamos cada uno se han invertido y la sociedad lo nota: languidece. Eso es tan sencillo, y como he dicho, se complica hasta el paroxismo. Hay días que creo vivir en una obra del teatro del absurdo firmada por Ionesco.

Reparto al revés

Si los programadores fueran los intermediarios entre el creador y el público, si el creador se responsabilizara de ofrecer calidad en sus obras, si el público aplaudiera o pateara lo que ve y el crítico diera su opinión; el mundo del teatro funcionaria a la perfección, la sociedad sería más justa y las personas menos manipulables. Unas compañías continuarían su trayectoria por los aplausos sinceros que el público les daría; otras modificarían, al ver que el público no responde a su propuesta escénica y otras morirían por no gustar y no saber o no querer modificar. Pero vivimos al revés: Los programadores han dejado su papel de mediadores entre el creador y el público. Y en la actualidad, menos unos pocos que creen que la programación no tiene que ver con sus gustos e intereses, la mayoría se convierten en jueces de los creadores y dan el veredicto de si las obras que creamos las compañías son “buenas o malas”.

Fotografía: CC BY - Iker Merodio

Para el creador la única preocupación es gustar a los programadores de los pueblos o ciudades y ya no importa si aplaude el público o qué queremos contar y cómo.
Fotografía: CC BY - Iker Merodio

No conozco a ninguno que haya estudiado teatro en su aspecto teórico ó práctico. Incluso conozco a quien alardeaba de no tener ni idea de teatro, y lo decía en prensa sin rubor. Es la primera persona que conozco que siguió en su puesto después de la declaración en prensa de su ignorancia e incluso llegó a tener un puesto importante dentro de la programación estatal.

También se transforman en adivinos y representantes del “público de su pueblo” del que dicen saber lo que les gusta. Razonamiento increíble ya que ¿cómo sabe el programador lo que le gusta a cada habitante?, y si saben tanto ¿por qué los teatros del País Vasco están vacios? ¿y por qué no acude ese público de su pueblo que tanto conocen? Esta labor de jueces hace que su trabajo de programación se coloque por encima de la creación. Pero la creación, el talento artístico, no es comparable con la selección que hace el programador entre las propuestas que recibe de las compañías, la diferencia es tan abismal, que no creo que deba ser comparada. Creo firmemente que se desvaloriza al creador en su labor y poco se sabe de lo difícil que es desarrollar el talento en una sociedad donde ser artista no es una opción de trabajo valorada. Por eso creo que estaría bien recordar que el dramaturgo/a crea a partir de una hoja en blanco una historia, el actor/actriz da vida a un personaje de la nada, el director/a hace una bella y significativa puesta en escena, renueva estilos y géneros a partir de sus experiencias y conocimientos (no hay ninguna hoja que ponga cómo es la puesta en escena). Y entre todos intentan emocionar con las historias, cuestionar la ética, la moral de la sociedad en la que viven, y también hacer reír y soñar al público. Pero no son los programadores los únicos que no están en su lugar. Al revés también vivimos los creadores y creadoras teatrales por tanto, y para sumar a este mundo escénico del más genuino Ionesco y a veces Beckett, por lo desazonador.

Para el creador la única preocupación es gustar a los programadores de los pueblos o ciudades y ya no importa si aplaude el público o qué queremos contar y cómo. La concentración no está en la creación y sus contenidos sino en la venta del producto, “¿Qué tema y género se vende mejor?”, en realidad, todos odiamos esa frase que nos repiten: “Vendes un producto” y pocos son los valientes que dicen: “Perdón yo no vendo, creo cultura, vender venden los supermercados”. El sueldo está en juego y enfrentarse tiene un coste: la indiferencia, la “X” de la no compra de la obra. Así pues, nos encontramos con los programadores juzgando una creación bajo parámetros subjetivos, los creadores vendiendo un producto, al estilo Mr Proper y el público, para el que va dirigida la creación con el fin de que, como en Grecia, viva una sociedad más justa, con este “mundo escénico al revés”, hemos dejado de interesarle. Se aburre, pero aplaude, porque acepta esta leyenda urbana y maldita (que nadie sabe quién la inventó) que dice que el “teatro es aburrido”. Y una mala función es solo una mala función. No es el Teatro, es una obra concreta, de una compañía concreta, en un año concreto. Sin más. El teatro no es aburrido, el teatro es la realidad hecha arte y en vena. Pero la solución está en volver a la lógica del reparto. Propongo empezar otra vez con el mundo escénico al derecho para bien de todos los que lo amamos. El intento de hacerlo de otra manera es lógico, ya que la que ahora vivimos no satisface a nadie y siempre andamos quejándonos y culpabilizándonos unos a otros. Probemos pues al derecho y no al revés a ver qué ocurre. La sociedad en su conjunto nos lo agradecerá. Porque el arte crea belleza y la belleza es revolución. ¿No lo entienden? Vayan al teatro y descúbranlo. Hay obras concretas, de compañías concretas, en años concretos que al verlas te cambian la vida. Yo lo he sentido desde la butaca, no se lo pierdan.

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